
[La sabiduría]Te librará de la mujer ajena, de la extraña de palabras seductoras … Ciertamente su casa conduce a la muerte; sus sendas van hacia los muertos. Proverbios 2:16, 18
Marcos no era un hombre infeliz. Amaba a su esposa, Sofia, y a sus dos hijas. Tenía un buen matrimonio, construido sobre quince años de compañerismo y risas compartidas. Pero últimamente, la rutina lo había engullido. El trabajo era estresante, las cuentas se acumulaban y las conversaciones con Sofia parecían girar siempre en torno a listas del supermercado y problemas de la escuela. El brillo se había vuelto opaco.
La “mujer extraña” no entró en su vida en un bar o en un viaje de negocios. Apareció en su feed, como una sugerencia de amistad. Camila. Una compañera de la facultad a la que no veía desde hacía años. Su perfil era un mosaico de una vida aparentemente perfecta: viajes exóticos, restaurantes de moda, una carrera de éxito. Era una vida libre de los pañales y las facturas que definían la suya.
Todo comenzó con un “me gusta”. Luego, un comentario casual.
“Me acuerdo de ti en la facultad, siempre el más inteligente de la clase”, escribió ella.
Sus palabras eran halagadoras, un bálsamo para su ego cansado. Marcos se sintió visto, admirado, de una forma que no se sentía desde hacía mucho tiempo.
Las conversaciones migraron a lo privado. Al principio, eran inocentes, nostálgicas. Pero pronto se convirtieron en su válvula de escape. Se sorprendía a sí mismo sonriendo a la pantalla del móvil en medio de una reunión de trabajo. Se acostaba al lado de Sofia por la noche, con el cuerpo presente, pero la mente a kilómetros de distancia, intercambiando mensajes con Camila hasta tarde.
Estaba abandonando a la guía de su juventud —Sofia, la mujer con quien lo había construido todo— y olvidando la alianza que hizo ante Dios. Cada mensaje secreto era una pequeña traición, una piedra menos en los cimientos de su matrimonio.
Camila era la personificación de la fantasía. Nunca estaba cansada, nunca tenía ojeras, nunca discutía sobre el grifo que goteaba. Era un eco de sus deseos, validando sus frustraciones y aplaudiendo su ambición. Comenzó a construir una “casa” paralela en su mente y en su móvil. Una casa hecha de secretos, medias verdades y una intimidad robada.
Lo que no percibía era que esa casa se inclinaba hacia la muerte. La muerte de su alegría genuina, sustituida por una excitación ansiosa. La muerte de su paz mental, cambiada por la constante vigilancia para no ser descubierto. La muerte de su conexión con Sofia; sus ojos ahora evitaban los de ella, con miedo de que pudiera ver la mentira en ellos.
Un sábado, Sofia propuso un pícnic familiar, como en los viejos tiempos. En el parque, mientras sus hijas corrían por el césped, ella le tomó la mano.
“Te echo de menos, Marcos”, dijo ella, con voz suave. “Parece que estás aquí, pero no estás”.
Su móvil vibró en el bolsillo. Un mensaje de Camila. El corazón de Marcos se aceleró. Se sintió culpable y, al mismo tiempo, resentido. Estaba viviendo una doble vida, y el esfuerzo lo estaba destrozando.
Más tarde, en casa, mientras Sofia bañaba a las niñas, él fue al despacho para “resolver unas cosas del trabajo”. Abrió la conversación con Camila. Ella había enviado una foto, más atrevida que las anteriores, junto con el mensaje: “Pensando en ti”.
Miró la foto, y lo que debería ser excitante, de repente, le pareció vacío, triste. Escuchó la risa de su hija en el pasillo y el sonido de la voz de Sofia cantando una canción de cuna. Esa era su vida. La vida real, imperfecta, ruidosa, agotadora, pero suya. La vida que estaba cambiando por píxeles en una pantalla.
Entendió, con una claridad aterradora, que la casa de ecos que construyó con Camila no tenía futuro. Era un camino que solo llevaba hacia abajo, hacia la pérdida de todo lo que realmente importaba. Ninguno de los que entran por esa puerta, se dio cuenta, regresa sin cicatrices profundas. Muchos, nunca regresan.
Con manos temblorosas, escribió: “Camila, no podemos seguir hablando. Lo que estoy haciendo está mal. Amo a mi esposa”.
Bloqueó el contacto. Borró el historial. La sensación no fue de pérdida, sino de liberación, como un prisionero que finalmente ve abrirse la puerta de su celda.
Salió del despacho y fue a la habitación de las hijas. Se sentó en el suelo, observando a Sofia peinar el cabello de la más pequeña. El amor que sintió en ese momento era tan real, tan palpable, que dolía. No dijo nada, pero Sofia lo miró y, por primera vez en mucho tiempo, vio a su marido de vuelta. Entero. Presente.
El camino de regreso no sería fácil. Había causado fisuras que necesitarían tiempo y verdad para ser reparadas. Pero había escapado. Había abandonado la casa que se inclina hacia la muerte, antes de que se derrumbara sobre él.
(Hecho con IA)