Una semilla podemos semejar,
Echamos en la tierra para germinar.
Antes de aquella semilla nacer,
Primero, ella va a morir.
Después de morir, ella va a renacer,
Será una planta y mucho va a crecer.
Hasta de la más pequeña semilla,
Un gran árbol podemos tener.
Dios planta una semilla en nuestro corazón,
Es la semilla de su amor y perdón.
En nuestro corazón, ella empieza a florecer,
Creamos la conciencia de nuestro pecado,
Y paramos de hacer lo que es errado.
Sobre el pecado, no más deseamos saber,
La gloria de Dios en nuestra vida va a crecer.
La luz de Dios sobre nosotros está brillando,
Y a cada día, nuestras ramas se están renovando.
El Señor vierte sobre nosotros el agua viva,
Y cada vez, crecemos con más vida.
Nuestra vida, el pecado, ya no puede más sofocar,
En nuestras vidas, la mano de Dios siempre actuará.
Después del árbol crecer, se debe multiplicar,
Debemos echar las semillas de Dios en nuevas tierras.
Para que más árboles pueden germinar,
Nuevas personas van a nacer y fructificar.
Este poema es parte del libro Poesía Cristiana volumen II.

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