Todos tenemos días buenos y días malos. Momentos cuando
todo corre perfectamente sin ningún problema, y momentos cuando todo está fuera
de control, no tenemos paz, y nada funciona.
No sé por qué estos malos días son los únicos que
recordamos a menudo. No es una broma; esto es real. Si comenzamos a compilar
nuestros sucesos, recordaremos más de las situaciones desagradables que de las
buenas. Nuestras mentes parecen tener un espacio especial para desgracias,
errores, heridas, decepciones, infortunios, etc.
¿Cuáles son las consecuencias de almacenar estos
recuerdos?
Nos acostumbramos a pensar y esperar lo peor de todo y
todos; no conseguimos esperar nada bueno en nuestro destino. Siempre que
estamos esperando una respuesta, estamos seguros de que será negativa. No
podemos confiar en nadie porque suponemos que nos van a herir. Sentimos que
somos incapaces, comunes, derrotados y abandonados.
Todas estas emociones negativas hacen nuestra vida agria
y limitan nuestra visión. De hecho, no podemos hacer nada bueno porque
decidimos que no merecemos y que aquello no pasará.
Es la hora de cambiar tu mente. Remplaza tus recuerdos
tristes con recuerdos felices; al envés de recordar de lo que no lograste,
recuerda todos los regalos que Dios ya te dio. No des espacio en tu corazón
para aquellos que te han herido; remuévalos y remplázalos con aquellos que te
aman y cuidan de ti. Olvida la tristeza de un fracaso en tu pasado y medita
solo en las lecciones que has aprendido.
Con estas decisiones simples, puedes crecer y convertirse
en todo lo que el Señor te ha creado para ser: bendecido, fuerte, increíble, un
hijo victorioso del Dios Altísimo.
Salmo
77:11-12 (NVI)
Prefiero recordar las hazañas del Señor, traer a la memoria sus milagros de antaño. Meditaré en todas tus proezas; evocaré tus obras poderosas.
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