Han sido cuarenta años de larga jornada,
Han sido muchos días sin estar en casa.
En el calor del desierto, el pueblo caminaba,
Y cerca de ellos, el Señor Dios siempre estaba.
Dios no permitió que ningún mal pasara,
Él hizo que, en las rocas, el agua brotara.
El alimento que necesitaban, siempre aparecía.
Ninguna necesidad, aquel pueblo tenía.
El Señor preservó hasta la ropa y el zapato,
Mismo con la larga jornada, nada fue desgastado.
Todo ocurriera de acuerdo con la voluntad del Señor,
Que a todos preservó, para dar la tierra que juró.
Moisés habló al pueblo sus últimas palabras,
Pidiendo que todos fueran obedientes,
Que no se desviaran del camino decente.
Obedeciendo solo al Señor su Dios,
Para que sean benditos como Él prometió.
Delante del pueblo, Moisés bendijo a Josué,
Haciéndolo el nuevo líder para seguir en la fe.
A las doce tribus, Moisés también bendijo,
Palabras de ánimo y bendiciones, él dijo.
Dios habló que Moisés no entraría en la tierra.
Él subió en el monte Nebo y vio todo el lugar,
La tierra que ha sido prometida para el pueblo habitar.
Ahí mismo el siervo del Señor murió.
Y nunca más hubo hombre que con Dios tanto habló.
El ánimo venido de Dios, Josué recibió,
La llegada en la tierra, el Señor prometió.
Todo el pueblo ha sido preparado para atravesar,
Cada tribu trató de lo que tenía que llevar.
El arca del pacto fue al frente del pueblo,
Los pies de los sacerdotes tocaron el Jordán,
Y haciendo una pared, las aguas se dividieron.
Todo el pueblo pasó por el río seco.
Una vez más, Dios estaba con ellos.
En el medio del Jordán, doce piedras fueron recogidas.
Para recordar al pueblo de esta gran maravilla.
El Señor Dios cumplió su promesa,
Dando al pueblo de Israel la prometida tierra.
Este poema es parte del libro Poesía Cristiana volumen III.