miércoles, 1 de octubre de 2025

El Bisturí y el Guía

Confía en el Señor de todo corazón y no te apoyes en tu propia inteligencia. Reconócelo en todos tus caminos y él enderezará tus sendas. Proverbios 3:5-6

Las manos del Dr. Heitor eran legendarias en el Hospital Santa Lúcia. Firmes, precisas, casi artísticas. Como cirujano cardíaco, era el mejor, un maestro en una sinfonía de bisturís, monitores y corazones que necesitaban reparación. Su comprensión de la anatomía humana era profunda; su confianza en su propia habilidad, absoluta. Para Heitor, Dios era una hipótesis innecesaria, una variable que complicaba la elegante ecuación de la ciencia.

Confiaba en su propio entendimiento. Era su mantra. Era lo que lo guiaba a través de procedimientos de doce horas, lo que lo hacía tomar decisiones de vida o muerte en segundos. Y, hasta entonces, su entendimiento nunca lo había decepcionado.

El problema es que su entendimiento no se limitaba a la sala de operaciones. Lo aplicaba a todo. Analizaba las relaciones de su hija adolescente, Laura, con la misma lógica fría con la que diagnosticaba una arteria bloqueada. Planificaba el futuro de su familia con la misma precisión con la que suturaba una válvula. Reconocía su propio intelecto en todos sus caminos y creía firmemente que era él quien enderezaba sus veredas.

Su esposa, Elisa, una mujer de fe serena, era la única que se atrevía a desafiarlo.

“Heitor, hay cosas que tus manos no pueden reparar”, decía ella amablemente. Él respondía con una sonrisa condescendiente.

La prueba llegó en forma de un diagnóstico. No para un paciente, sino para Laura. Una condición rara, neurológica, que los mejores especialistas del país no lograban descifrar por completo. Los síntomas avanzaban, impredecibles y crueles.

Por primera vez en su vida, el Dr. Heitor estaba desarmado. Su vasto conocimiento médico era inútil. Leyó todos los artículos, consultó a todos sus colegas, pasó noches en vela estudiando imágenes de resonancia que parecían acertijos. Su propio entendimiento, su pilar, su dios, era un callejón sin salida.

Una tarde, encontró a Elisa en el pequeño jardín del hospital. Ella no estaba llorando. Tenía los ojos cerrados, los labios moviéndose en una oración silenciosa.

“¿Qué estás haciendo?”, preguntó él, la frustración desbordándose en su voz. “¿Crees que eso va a cambiar algo?”

Elisa abrió los ojos. No había en ellos acusación, solo una profunda compasión.

“Estoy haciendo lo único que me queda, Heitor. Estoy reconociendo que no tengo el control. Estoy confiando en Dios, en todos nuestros caminos. Incluso en este”.

“¡Confianza ciega!”, replicó él. “¡Yo necesito un plan, una solución!”

“Quizás el plan”, respondió ella, “sea admitir que no tenemos uno”.

Esa noche, Heitor estaba en su despacho, rodeado de libros y exámenes que solo ampliaban su sensación de impotencia. Miró la foto de Laura sobre la mesa, sonriendo, antes de que todo aquello comenzara. Y se quebró. El gran cirujano, el hombre que se apoyaba en su propia mente, se derrumbó en sollozos. Ya no tenía un camino que seguir. Estaba perdido en un bosque oscuro y denso.

Y en el fondo del pozo de su desesperación, recordó las palabras de Elisa. “Estoy confiando en Dios, en todos nuestros caminos”.

Sin saber exactamente por qué, se arrodilló. Arrodillarse era un acto que su cuerpo no conocía, una postura de rendición que su mente siempre había rechazado.

“Dios”, comenzó, la palabra extraña en su boca. “Si estás ahí… no sé qué hacer. Mi conocimiento se acabó. Mi fuerza se ha ido. Confié en mí mismo toda la vida y ahora… estoy perdido. Guíame. Por favor, guía mi camino, porque ya no puedo verlo”.

Una paz que no podía explicar, una paz que desafiaba la lógica de su situación, comenzó a asentarse en su corazón.

Al día siguiente, un colega de una ciudad pequeña, con quien Heitor apenas había hablado en un congreso años atrás, lo llamó.

“Heitor, sé que es un tiro al aire, pero leí un artículo sobre un grupo de investigación en Alemania que está estudiando casos similares al de tu hija. Pensé en avisarte”.

No era un milagro espectacular. Era una llamada telefónica. Una pista. Una senda iluminada que se abría en la oscuridad.

Heitor siguió la pista con una nueva postura. Ya no la del maestro que lo sabe todo, sino la del peregrino que aprende a confiar en su Guía. El viaje de Laura sería largo e incierto, pero algo fundamental había cambiado. El Dr. Heitor, el hombre que confiaba solo en su bisturí, finalmente estaba aprendiendo a confiar en la mano que guiaba la suya. Había dejado de apoyarse en su propio entendimiento y, por primera vez, sintió el suelo firme de un camino que estaba siendo enderezado para él.

(Hecho con IA)

Este cuento es parte de mi libro Sabiduría Diaria

https://books2read.com/u/bpPxxE

lunes, 29 de septiembre de 2025

Confianza en el Señor

A veces, soy burlado,

Me llaman loco, fanático, idiota.

No me importa nada de eso.

Pues con el Señor, tengo un compromiso.


Debo mi alabanza y gloria a Dios,

Solamente Él es mi único Salvador.

Dedico a Él todo mi clamor,

Confío en su providencia y favor.


En el camino de Dios, yo sigo feliz,

Obedeciendo a sus mandamientos y leyes.

Esforzándome para siempre complacerlo.

Esperando el regreso del Rey de los reyes.

¡Jesús! Que nos vendrá a salvar.


¡Yo te quiero, Señor mío!

Espero el regreso que prometió.

Guíame siempre hasta el día llegar,

Pues contra mí, muchos se van a levantar.


Este poema es parte del libro Poesía Cristiana volumen I.

Vea el libro:

https://books2read.com/u/3LdEKw

viernes, 26 de septiembre de 2025

La voz

Una voz me llama para regresar,

Esa voz dice que voy a morar en otro lugar.

Un lugar muy diferente de todo aquí,

Un lugar donde el mal no va a alcanzarme.


La voz, mansamente, continúa llamándome,

Parece que en mi corazón está entrando, llenándome.

Una voz tan dulce que no puedo resistir,

Al oírla, pronto tuve ganas de seguir.


Fui siguiendo para ver a dónde me iba a llevar,

Me condujo a un lugar diferente, el altar.

Y allí, la voz habló mucho más conmigo,

Diciendo que, para avanzar, necesitaba de Cristo.


Me decía que solo Jesús me podría llevar,

Solo con Él iría a mi verdadero hogar.

Fuera de él, no había ninguna posibilidad,

Fuera de Jesucristo no había verdad.


Todas estas palabras se grabaron en mi corazón,

Acepté a Jesucristo para mi salvación.

A partir de aquel día, Él me habló más a mí,

Diciendo que debía seguirlo y esperar por el fin.


Esa realidad pasó a formar parte de mi vida,

Sigo mi camino con Jesús todos los días.

Esperando el día en que con Él estaré,

Esperando el día en que con Él moraré.


Este poema es parte del libro Poesía Cristiana volumen VII.

miércoles, 24 de septiembre de 2025

La Firma en el Corazón

Que nunca te abandonen el amor y la verdad: llévalos siempre alrededor de tu cuello y escríbelos en la tabla de tu corazón. Contarás con el favor de Dios y tendrás buen nombre entre la gente. Proverbios 3:3-4

Clara era vista como una anomalía en el departamento de ventas de InovaTech. Mientras sus compañeros operaban bajo la filosofía del “cueste lo que cueste”, prometiendo funcionalidades que no existían y plazos imposibles para alcanzar las metas, Clara llevaba consigo dos principios que parecían anticuados: la bondad y la fidelidad.

Para ella, la fidelidad no era solo ser leal a la empresa, sino ser fiel a su propia palabra. Si le prometía algo a un cliente, aquello se convertía en un contrato sagrado. La bondad no era ser ingenua, sino tratar a cada persona —desde el CEO hasta el becario, desde el cliente millonario hasta el pequeño proveedor— con el mismo respeto y honestidad. Sus compañeros la apodaron, a sus espaldas, “La Escultista”.

“Clara, pierdes demasiado tiempo con los clientes pequeños”, le dijo su gerente, Ricardo, en una ocasión. “Ellos no mueven la aguja. Y toda esa honestidad tuya te va a costar el ascenso. A veces, necesitas… disfrazar la verdad”.

Para Clara, la benignidad y la fidelidad no eran opcionales. Eran como el discreto collar que usaba todos los días, un regalo de su abuela. Eran el recordatorio visible de una verdad que había escrito en lo profundo de su corazón.

La prueba de fuego llegó con la cuenta de Gigantus, la mayor oportunidad en la historia de la empresa. La negociación era feroz, y el competidor estaba jugando sucio. En una reunión crucial, el director de Gigantus hizo una pregunta técnica sobre la capacidad de integración del software de InovaTech con un sistema heredado que ellos usaban.

Era el punto débil del producto. Una integración completa solo estaría lista en seis meses.

Ricardo, el gerente, estaba en la sala. Le dio una leve patada en la espinilla a Clara por debajo de la mesa, una señal clara. Disfraza la verdad.

Clara sintió que el corazón se le aceleraba. El ascenso, el bono de fin de año, el respeto de sus compañeros: todo dependía de esa respuesta. Podría decir “Sí, es totalmente compatible” y dejarle el problema al equipo de tecnología para que lo resolviera después. Era lo que todos harían.

Pero las palabras estaban escritas en su corazón. Respiró hondo.

“Señor Medeiros”, dijo ella, con voz firme. “Seré totalmente transparente. La integración completa con su sistema actual estará lista en nuestra próxima actualización, dentro de seis meses. Lo que podemos ofrecer hoy es una solución parcial que atiende el 80% de sus necesidades, y un plan de trabajo detallado para implementar el 20% restante sin costo adicional tan pronto como se lance la actualización”.

El silencio en la sala fue pesado. Ricardo fulminó a Clara con la mirada. Ella, a sus ojos, acababa de perder el negocio de la década.

Al final de la reunión, el director de Gigantus, un hombre experimentado y de pocas palabras, se levantó. Estrechó la mano de Ricardo y luego se giró hacia Clara.

“Señorita Clara”, dijo él. “En los últimos dos meses, he hablado con seis empresas. Todas me prometieron la luna. Todas me dijeron que sí a todo. Usted ha sido la primera persona que me ha dicho la verdad. Y por eso, sé que puedo confiar en su empresa”. Se giró hacia Ricardo. “Preparen el contrato. Cerramos con ustedes”.

La noticia se extendió por InovaTech como un reguero de pólvora. Lo que debería haber sido un fracaso se convirtió en un triunfo legendario. Clara no solo había vendido un producto; había vendido confianza.

Meses después, cuando se abrió la vacante de directora de ventas, el nombre de Clara fue unánime. No solo contaba con el favor de la dirección, sino que también sentía una profunda paz interior, la certeza de estar en el camino correcto.

En su nueva oficina, más grande y con una vista panorámica de la ciudad, no colgó diplomas ni gráficos de ventas en la pared. En un pequeño marco, enmarcó la frase que su abuela le dijo al darle el collar: “El carácter es lo que eres cuando nadie está mirando, pero es lo que todos reconocen cuando se enciende la luz”.

La bondad y la fidelidad no eran una desventaja. Eran su firma. Y estaban escritas no solo en su corazón, sino ahora, en la cultura de todo su equipo.

(Hecho con IA)

Este cuento es parte de mi libro Sabiduría Diaria

https://books2read.com/u/bpPxxE

lunes, 22 de septiembre de 2025

Verdad eterna

En este mundo humano, todo pasará,

Ninguna cosa para siempre durará.

El ser humano, en el tiempo cierto, morirá,

Todo lo que existe siempre se transformará.

Solo hay una cosa que nunca cambiará…


Lo que no cambia es la Palabra de Dios,

Siempre quedarán las palabras que escribió.

Por varias generaciones, su Palabra ya pasó,

Sus escritos y designios, nadie los cambió.


No hay cómo cambiar lo que es verdad,

Es imposible intentar romper la realidad.

El perverso hasta intenta desacreditar,

Pero luego viene algo para le castigar,

Y las palabras que dijo, nadie va a recordar.


Con la Palabra de Dios, sucede diferente,

Ella permanece fiel y es recordada eternamente.

Es recordado todo lo que Dios ejecutó,

Con ella, es conocido lo que el Señor planificó.


A través de la Palabra, el ser humano se puede salvar,

Si sus enseñanzas, él decide aceptar.

Aceptándolas, más cerca del Señor, se quedará,

Y el cumplimiento de la escritura, él verá.

El ser humano verá que todo el mundo cambiará,

Y la Palabra de Dios siempre permanecerá.


Este poema es parte del libro Poesía Cristiana volumen VII.

viernes, 19 de septiembre de 2025

Planes y acciones

Muchas veces deseamos hacer muchas cosas y todo realizar,

Tenemos muchos planes, ideas y muchas ganas de algo nuevo empezar.

Nuestra mente está agitada con un millón de pensamientos,

Todos quieren ser realidad, todos listos para aquel momento.


Quedamos ansiosos para que todo lo que fue pensado sea realizado,

Hasta imaginamos cómo será el futuro después de que el plan sea ejecutado.

Vemos cómo nuestra vida será mucho mejor después de aquella acción,

La idea de este éxito, déjanos felices y con mucha satisfacción.


Sin embargo, en muchos casos no logramos poner nada en práctica,

Todo queda solo en la teoría, todo está parado de forma estática.

Quedamos solo pensando, teorizando, sin salir del lugar.

Creamos muchos estorbos para todo y nada podemos ejecutar.


Quedamos trabados y paralizados, el miedo domina nuestra mente,

La incertidumbre nos invade, asómbranos y no permite ir enfrente.

Quedamos imaginando aquello que podríamos haber hecho y adquirido,

Quedamos soñando con una vida maravillosa que habríamos vivido.


No podemos cargar este miedo y quedar sin hacer lo que soñamos,

Debemos seguir adelante y hacer todo aquello que imaginamos.

Si faltan fuerzas, debemos pedir a Aquel que nos puede fortalecer,

El Señor Dios que nos ayuda a crecer y a todo estorbo vencer.


Este poema es parte del libro La vida a través de las palabras.

miércoles, 17 de septiembre de 2025

El Legado del Reloj

Hijo mío, no te olvides de mis enseñanzas; más bien, guarda en tu corazón mis mandamientos. Porque prolongarán tu vida muchos años y te traerán paz. Proverbios 3:1-2

En su septuagésimo cumpleaños, Artur les dio a sus dos hijos, Daniel y Pedro, el mismo regalo: una copia gastada de su viejo libro de Proverbios y el reloj de pulsera que había usado durante cincuenta años.

“En este libro”, dijo Artur, con la voz serena de quien ha vivido lo que predica, “está el secreto para que el reloj funcione por mucho tiempo. No olviden mis enseñanzas, guarden los buenos principios en su corazón. No son solo reglas; son el manual de instrucciones para una vida larga y en paz”.

Daniel, el mayor, un abogado ambicioso y pragmático, sonrió con cortesía. Amaba a su padre, pero consideraba su fe algo pintoresco, casi folclórico. Para él, “años de vida y paz” eran el resultado de un buen seguro de salud, inversiones sólidas y una poderosa red de contactos. Guardó el libro en la estantería, como una reliquia, y se enfocó en su implacable carrera.

Pedro, el menor, un profesor de historia, recibió el regalo con reverencia. Veía en su padre no a un hombre rico, sino al hombre más próspero que conocía. Artur tenía una serenidad que el dinero no podía comprar. Pedro decidió tomarse en serio el “manual de instrucciones”.

Los años pasaron, y los caminos de los hermanos se convirtieron en un estudio de contrastes.

Daniel construyó un imperio. Trabajaba dieciocho horas al día. Su ley era el contrato, sus mandamientos eran las metas trimestrales. No olvidaba los plazos, pero olvidaba los cumpleaños. Su agenda era impecable, pero su salud comenzó a desmoronarse. La paz era un lujo que no podía permitirse. El estrés crónico le provocó hipertensión. La comida rápida y apresurada le causó gastritis. Las noches mal dormidas se convirtieron en su norma. A los cuarenta y cinco años, su cuerpo comenzó a pasarle factura por una vida vivida en constante estado de alerta, lejos de la paz. Tenía “días larguísimos” en el sentido de una agenda llena, pero la calidad de esos días era pobre.

Pedro, por otro lado, guardó los mandamientos de su padre en su corazón. Entendía que la “ley” no trataba sobre religiosidad, sino sobre principios de vida. Honraba el día de descanso, no por obligación, sino porque entendía que su cuerpo y su mente necesitaban reposo. Era generoso con su tiempo y sus recursos, lo que lo libraba de la ansiedad de la codicia. Cultivaba sus relaciones con su esposa e hijos con la misma dedicación con la que preparaba sus clases, lo que le traía una profunda alegría. Se alimentaba con moderación, caminaba por el parque y sus noches eran de sueño profundo.

Un día, Daniel sufrió un principio de infarto en medio de una reunión. El susto lo obligó a tomar una baja médica. Confinado en su lujosa pero fría casa, se sentía como un prisionero. Sus socios lo veían como un lastre, sus hijos apenas lo conocían. La soledad era su única compañía.

Pedro fue a visitarlo. No le trajo lecciones de moral, solo se sentó a su lado.

“¿Cómo lo haces?”, preguntó Daniel, con voz débil. “Pareces… en paz”.

Pedro miró el reloj en su muñeca, el mismo que su padre le había dado. “Solo intenté seguir el manual de instrucciones, Dani”.

“¿Qué manual? ¿Ese librito de fábulas?”, Daniel escupió las palabras con amargura.

“No”, dijo Pedro, tranquilamente. “El manual que enseña que el perdón es más saludable que el rencor. Que la generosidad alivia el alma. Que el descanso no es pereza, es sabiduría. Que amar a Dios y a las personas trae un tipo de paz que ningún contrato millonario puede garantizar. Los mandamientos de papá no eran sobre ganar el cielo, eran sobre cómo vivir bien en la tierra”.

Daniel se quedó en silencio. Había conquistado el mundo, pero había perdido su salud y su paz. Tenía años de vida por delante, pero ¿qué tipo de vida sería?

Esa tarde, después de que Pedro se fuera, Daniel se levantó con dificultad. Fue a su imponente estantería, llena de libros de derecho y economía. En una esquina, cubierto de polvo, estaba el pequeño libro de Proverbios. Lo abrió.

Comenzó a leer, no como un abogado escéptico, sino como un hombre enfermo buscando un remedio. Y, por primera vez, entendió que las enseñanzas de su padre no eran una prisión, sino la llave de la libertad. La libertad de una vida larga, sí, pero una vida llena de paz.

(Hecho con IA)

Este cuento es parte de mi libro Sabiduría Diaria

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Presentación

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Dios bendiga a todos. He creado este blog con la intención de publicar mis poemas inspirados por Dios a través de su Espíritu Santo, que act...