Hijo mío, conserva el buen juicio; no pierdas de vista la discreción. Podrás recorrer tranquilo tu camino, y tus pies no tropezarán. Al acostarte, no tendrás temor alguno; te acostarás y dormirás tranquilo. No temerás ningún desastre repentino, ni la desgracia que sobreviene a los impíos. Porque el Señor estará siempre a tu lado y te librará de caer en la trampa. Proverbios 3:21, 23-26
La noticia cayó como una bomba en la reunión matutina: “TecnoSoluciones” iba a hacer un recorte masivo. El treinta por ciento del equipo sería desvinculado para el final de la semana. Inmediatamente, una ola de pavor barrió la oficina. Conversaciones susurradas llenaban los pasillos, y el sonido de los teclados fue reemplazado por el silencio ansioso de quienes actualizan su currículum a escondidas.
En medio del pánico generalizado, la calma de Daniel era casi desconcertante. Mientras sus compañeros se desesperaban, él continuó su trabajo con la misma diligencia de siempre. No era ingenuo; sabía que su nombre podría estar en la lista. Tenía una esposa, un hijo pequeño y una hipoteca. La posibilidad de perder el empleo era, objetivamente, aterradora.
“¿Cómo puedes estar tan tranquilo?”, le preguntó su compañero, Flávio, durante el almuerzo. “Llevo dos noches sin dormir. Mi cabeza no para de pensar en lo peor”.
Daniel tomó un sorbo de su jugo.
“No estoy tranquilo, Flávio. Estoy confiado. Hay una diferencia”.
Para Daniel, la “verdadera sensatez y el buen equilibrio” no eran solo conceptos religiosos, sino la base de su vida. Eran los principios que nunca perdía de vista, sin importar la circunstancia. No vivía derrochando, sino que había construido una pequeña reserva de emergencia a lo largo de los años. No basaba su valor en su cargo, sino en su carácter. No depositaba su seguridad final en su credencial de la empresa, sino en su fe en Dios.
Años antes, había pasado por una crisis de ansiedad tan severa que lo llevó al hospital. Fue en esa época cuando su pastor le dijo algo que cambió su vida: “Daniel, no puedes controlar las tormentas que vienen de fuera. Pero puedes fortalecer el ancla que está dentro. La sabiduría de Dios es esa ancla”.
A partir de ese día, comenzó a “guardar” esos principios. Aprendió a vivir un peldaño por debajo de sus posibilidades, a ser generoso, a no endeudarse por estatus, a encontrar alegría en las cosas simples. Se estaba, sin saberlo, preparando para el “pavor repentino”.
El viernes, salió la lista de despidos. El nombre de Daniel estaba en ella.
Flávio, que se quedó, lo buscó, desolado.
“Tío, lo siento mucho. Es una injusticia”.
Daniel respiró hondo. La noticia dolía, claro. Pero no lo quebró. “Está todo bien, Flávio. Todo va a estar bien”.
Mientras vaciaba su escritorio, guardando sus cosas en una caja de cartón, sentía las miradas de lástima de sus compañeros. Pero no se sentía como una víctima.
Esa noche, al llegar a casa, abrazó a su esposa, Carla. Le contó la noticia. Ella lo abrazó con fuerza.
“Vamos a superar esto juntos”, dijo ella. “El Señor está con nosotros”.
Se acostó en la cama, con el fantasma de las facturas rondando su mente. El miedo intentó instalarse. Pero entonces, recordó lo que había construido. Una reserva financiera que les daría unos meses de respiro. Una red de contactos profesionales basada en el respeto, no en el politiqueo. Y, lo más importante, una fe que no era un amuleto para evitar problemas, sino una fortaleza para enfrentarlos.
Su confianza no residía en la ausencia de problemas, sino en la certeza de que no caería en ninguna trampa ni quedaría atrapado. No estaba desamparado.
Se durmió rápidamente, un sueño profundo y sin ensoñaciones. La promesa del proverbio se cumplió no en la prevención de la crisis, sino en la paz que sintió en medio de ella. Mientras muchos de sus excompañeros, incluso los que se quedaron, pasarían la noche en vela, temiendo el futuro, Daniel dormía. Su camino se había vuelto incierto, pero su paso interior permanecía firme, pues su confianza estaba anclada en una sabiduría que ninguna crisis corporativa podía sacudir.
(Hecho con IA)
Este cuento es parte de mi libro Sabiduría Diaria


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