Hijo mío, no desprecies la disciplina del Señor ni te ofendas por sus reprensiones. Porque el Señor disciplina a los que ama, como corrige un padre a su hijo querido. Proverbios 3:11-12
André tenía un plan. Un plan perfecto, meticulosamente diseñado en su mente y en sus hojas de cálculo. Se graduaría con honores en arquitectura, conseguiría un puesto en el renombrado despacho “Souza & Pires”, se casaría con su novia, Júlia, y a los treinta años, tendría su propio despacho y una vida cómoda. Era un buen plan. Y, como cristiano devoto, se lo presentaba a Dios en sus oraciones, no como una petición, sino casi como un comunicado.
La primera “corrección” llegó en forma de un correo electrónico. El puesto en Souza & Pires, el puesto de sus sueños, para el cual él era el candidato más cualificado, se lo dieron a otro. André se quedó en shock, luego furioso.
“¡Señor, esto no tiene sentido!”, oró, la frustración desbordándose. “¡Hice todo bien!”. Rechazó la puerta cerrada, viéndola no como una redirección, sino como un error divino.
Molesto, aceptó un puesto en un despacho pequeño y sin prestigio, que trabajaba principalmente en proyectos de reforma para comunidades de bajos ingresos. Se sentía como un fracasado, un talento desperdiciado en proyectos “menores”.
La segunda “reprensión” fue aún más dolorosa. Después del compromiso, Júlia comenzó a distanciarse. Las conversaciones sobre el futuro se volvieron tensas. Lo amaba, decía, pero no compartía su fe.
“André, no puedo ser la mujer que liderará un grupo de parejas en tu iglesia”, confesó finalmente. “No me veo en tu futuro”. La ruptura lo dejó devastado. Se sintió abandonado, por ella y por Dios.
Su plan estaba en ruinas. La vida que había diseñado con tanto cuidado había sido demolida. Se llenó de amargura, sintiéndose como un hijo tratado injustamente por un Padre que no lo escuchaba.
Fue su propio padre, un hombre de pocas palabras y mucha sabiduría, quien le dio una nueva perspectiva.
“Hijo”, le dijo un domingo por la tarde, “a veces le pedimos a Dios que nos guíe, pero solo aceptamos la guía si nos lleva al destino que ya hemos elegido. El amor de un padre no es darle al hijo todo lo que quiere. A veces, el mayor acto de amor es decir ‘no’ para protegerlo de un camino que él no puede ver que es peligroso”.
Las palabras echaron raíces en el corazón herido de André. Comenzó a ver sus frustraciones ya no como rechazos, sino quizás como… disciplina.
En su trabajo “menor”, descubrió una pasión que no conocía. Diseñar espacios funcionales y dignos para personas que nunca podrían pagarle a un arquitecto le trajo un sentido de propósito que ningún rascacielos de cristal jamás le daría. Aprendió a escuchar a las personas, a entender sus necesidades reales. Se estaba convirtiendo en un mejor arquitecto y en un mejor hombre.
Meses después, en su iglesia, conoció a Patrícia. Ella era voluntaria en el mismo proyecto comunitario en el que él estaba trabajando. La conexión fue instantánea, construida sobre una base de fe compartida y un amor genuino por servir. Con Patrícia, no necesitaba explicar su fe; la vivía junto a ella.
Una noche, años más tarde, André estaba en su casa, ayudando a su hijo a armar un rompecabezas. Era dueño de un despacho de arquitectura con conciencia social, estaba casado con Patrícia y era más feliz de lo que jamás había imaginado posible.
Ese día, se enteró de que Souza & Pires se había declarado en quiebra, envuelta en un gran escándalo de corrupción. También supo que Júlia se había casado, pero que su matrimonio atravesaba serias dificultades.
Miró su vida. No era el plan perfecto que había diseñado. Era algo infinitamente mejor. Cada puerta cerrada, cada “no” doloroso, cada desvío inesperado había sido, en realidad, la mano de un Padre amoroso corrigiéndolo, reprendiéndolo, protegiéndolo.
Finalmente entendió. La disciplina del Señor no era un castigo, era un rescate. Y él, como un hijo a quien Dios amaba, fue lo suficientemente amado como para que su camino fuera radicalmente alterado, para ser guiado no hacia la vida que quería, sino hacia la vida que necesitaba.
(Hecho con IA)
Este cuento es parte de mi libro Sabiduría Diaria


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