Hijo mío, si los pecadores quieren engañarte, no vayas con ellos. … Pero aquellos acechan su propia vida y acabarán por destruirse a sí mismos. Así terminan los que van tras ganancias mal adquiridas; por estas perderán la vida. Proverbios 1:10, 18-19
El brillo del smartphone de Davi era más un tormento que una distracción. Cada deslizamiento por el feed era un recordatorio de su fracaso. Amigos de la universidad exhibiendo sus coches nuevos, viajes al extranjero, apartamentos comprados. Mientras tanto, él compartía un estudio con un compañero y el estado de cuenta de su préstamo estudiantil parecía un número de teléfono.
“Dios, solo necesito una oportunidad”, susurró al techo mohoso. Era un buen programador, inteligente, dedicado. Pero el mercado estaba saturado y su sueldo apenas cubría las cuentas.
La “oportunidad” apareció en la forma de Fábio, un antiguo compañero de la universidad que siempre parecía tenerlo todo fácil. Fábio lo invitó a un café en un barrio lujoso, hablando con la confianza de quien ya había “triunfado en la vida”.
“Davi, olvida ese empleo mediocre tuyo”, dijo Fábio, gesticulando con un reloj caro en la muñeca. “Estoy en un nuevo proyecto. Algo grande. Una aplicación de inversiones que usa un algoritmo… digamos, ‘diferenciado’. La rentabilidad es absurda”.
Los ojos de Davi brillaron.
“¿Qué tipo de algoritmo?”
Fábio sonrió, una sonrisa que no llegaba a sus ojos.
“Ahí es donde entras tú. Necesitamos a alguien con tu talento para hacer unos ‘ajustes finos’ en la plataforma. Nada ilegal, por supuesto. Es solo una forma de… anticipar tendencias del mercado. Un atajo”.
Abrió la galería de fotos en su móvil, mostrando coches, fiestas en yates, un apartamento con una vista deslumbrante.
“Ven con nosotros, Davi. En seis meses, saldas tu deuda. En un año, estás viviendo en un lugar de estos. ¡Lo tendremos todo!”.
Las palabras de Fábio eran como música. Un canto de sirena que prometía ahogar todas sus preocupaciones financieras. La invitación era para una segunda reunión, para conocer a “los otros socios”.
Davi se fue a casa con la cabeza dándole vueltas. La propuesta era demasiado tentadora. Ese dinero lo resolvería todo. Podría finalmente ayudar a sus padres, tener una vida digna, dejar de sentirse como un fracasado. “Nada ilegal, por supuesto”, la frase de Fábio resonaba, pero con un tono falso que su conciencia no podía ignorar.
El domingo, fue a la pequeña iglesia a la que asistía desde niño. El pastor, un hombre sencillo, predicaba justamente sobre el libro de Proverbios.
“El camino ancho que parece bueno a los ojos”, decía él, “a menudo lleva a una trampa. La codicia susurra que mereces más, que lo mereces ahora, que lo mereces fácil. Pero la sabiduría sabe que la cosecha apresurada suele ser amarga”.
Cada palabra era una flecha en el corazón de Davi. Se vio en una encrucijada. Por un lado, el camino de Fábio: ancho, pavimentado con promesas de riqueza instantánea. Por el otro, el camino que conocía: angosto, empinado, pero con la paz de una conciencia limpia.
Durante la semana, la presión de Fábio aumentó. Mensajes. Llamadas. “¿Y qué, vas a seguir contando monedas para siempre?”.
La noche de la reunión acordada, Davi se vistió, con el corazón martilleándole en el pecho. Miró su reflejo en el espejo. Vio el cansancio en sus ojos, la ansiedad surcando su frente. Y entonces, recordó el versículo que el pastor había citado: “Tal es el camino de todos los codiciosos; quien así procede, a sí mismo se destruye”.
Él no estaría solo programando. Se estaría volviendo cómplice. Estaría construyendo su éxito sobre el perjuicio de otros. Estaría tendiendo una trampa para su propia alma.
Con dedos temblorosos, cogió el móvil y escribió un mensaje a Fábio: “Te agradezco la oportunidad, pero estoy fuera. Esto no es para mí”.
La respuesta fue inmediata, llena de escarnio: “Tú eliges, idiota. Sigue siendo pobre”.
Davi respiró hondo, sintiendo un alivio inmenso, como si le hubieran quitado un peso de los hombros. Quizás no tendría el apartamento con la vista deslumbrante, pero tendría noches de sueño tranquilo. Se había protegido de aquel camino.
Meses después, un escándalo financiero acaparó los titulares. Una aplicación de inversiones era, en realidad, un sofisticado esquema piramidal que había estafado a miles de personas. Las fotos de “los socios” siendo arrestados fueron divulgadas. Entre ellas, el rostro pálido y conmocionado de Fábio.
Davi miró la noticia en la pantalla del ordenador en su humilde estudio. No sintió alegría por la desgracia ajena, sino una profunda y serena gratitud. Entendió que la verdadera riqueza no estaba en los bienes que se acumulan, sino en los problemas que se evitan. Había sido seducido, pero no consintió. Y, esa noche, su almohada nunca le pareció tan suave.
(Hecho con IA)
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