Algunas cosas nos impresionan y fascinan, pues su existencia parece increíble y espectacular. Son cosas que nos dan la sensación de grandeza, poder y misterio…
Miramos la naturaleza y quedamos maravillados con el
tamaño de los grandes animales, quedamos asombrados con el gigantesco océano o
un interminable desierto. Y aún más deslumbrados al pensar en el cieno, en las
estrellas y en el universo.
Y si tuviéramos nuestros corazones y mentes abiertos,
también notaremos la grandeza, el poder y el misterio en cosas mínimas.
Miramos nuestras manos y vemos las huellas digitales. Un
diseño único e inigualable que no se repite en ninguna persona (viva, que ya
vivió o que vivirá). Las pequeñas hormigas que pueden cargar objetos mucho más
pesados que ellas. Y las abejas que tienen un ingenioso proceso de producción
de miel.
Nuestra visión debe estar abierta a los pequeños grandes
milagros que vivimos diariamente: despertar, regresar a casa al final del día,
tener alimento, tener una casa…
Muchas son las bendiciones que recibimos de Dios, pero, a
veces, olvidamos su valor. Buscamos ciegamente el espectacular, el fantástico,
el inimaginable, y despreciamos lo que está delante de nuestros ojos.
Cada una de las dádivas del Señor debe ser tratada con la
más alta estima y apreciación, pues son ellas las que nos mantienen y ayudan a
alcanzar milagros cada vez mayores.
Salmo
23:6
La bondad y el amor me seguirán todos los días de mi
vida; y en la casa del Señor habitaré para siempre.
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