El León de la tribu de Judá.
Sentado en un magnífico trono está.
Con sus ojos atentos, a todos contempla.
Su poder y fuerza son inmensos.
Su majestad es muy grandiosa,
Con su rugido imponente, ahuyenta el mal.
Y con sus garras, Satanás es aplastado,
Dejándolo caído en el solo, humillado.
A los que son fieles, guarda con la mano derecha,
Luchando por ellos en todas sus peleas.
Todo el mal, toda la ira, toda envidia, Él alejará,
Y todo lo que no tiene utilidad, Él dispensará.
En tu trono hago mi refugio,
A tu sombra, reposo en descanso.
Aguardando el día de tu gloria,
Haciendo mi corazón manso.
Este poema es parte del libro Poesías diversas volumen I.
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