La senda de los justos se asemeja a los primeros albores de la aurora: su esplendor va en aumento hasta que el día alcanza su plenitud. Pero el camino de los malvados es como la más densa oscuridad; ¡ni siquiera saben con qué tropiezan! Proverbios 4:18-19
Cleber y Sidnei entraron en la facultad de Derecho el mismo día, con los mismos sueños y la misma ansiedad de novatos. Se sentaron uno al lado del otro en la primera clase, ambos venidos de pueblos pequeños, ambos decididos a triunfar en la metrópoli. Pero allí, en ese punto de partida, sus caminos comenzaron a separarse, como dos ríos que nacen de la misma montaña, pero corren hacia océanos diferentes.
Cleber eligió el camino de la luz de la aurora. Su progreso era lento, casi imperceptible. Pasaba horas en la biblioteca, inclinado sobre libros pesados mientras los demás estaban de fiesta. Se aseguraba de citar sus fuentes correctamente en los trabajos, aunque eso le costara más tiempo. Ayudaba a los compañeros que tenían dificultades, compartiendo sus apuntes, creyendo que el conocimiento crecía cuando se dividía. Su brillo no era el de un foco, sino el de la primera, pálida y tenaz luz que anuncia el amanecer. Muchos lo consideraban demasiado correcto, un poco lento.
Sidnei eligió el camino del brillo instantáneo. Él era la oscuridad disfrazada de luz. Descubrió rápidamente los atajos: los trabajos listos de internet, las respuestas compartidas en grupos secretos durante los exámenes en línea, el arte de adular a los profesores adecuados. Él no estudiaba, “hackeaba” el sistema. Consiguió unas prácticas en un gran despacho no por mérito, sino por una recomendación obtenida con una mentira. Su éxito era deslumbrante y rápido. Era popular, admirado, el ejemplo del “ganador”.
A lo largo de los cinco años de carrera, la diferencia se volvió abismal. Sidnei parecía estar siempre por delante, consiguiendo las mejores notas con el mínimo esfuerzo, frecuentando los círculos más influyentes. Cleber, por su parte, seguía su ritmo constante. Sus notas eran buenas, fruto de un trabajo duro. Su reputación no era de brillantez, sino de fiabilidad. Su luz, todavía suave, comenzaba a ganar fuerza y calor, y las personas adecuadas empezaban a notarla.
El día perfecto para Cleber y el gran tropiezo para Sidnei ocurrieron en el examen de abogacía, la prueba que definiría sus carreras.
Cleber se preparó con la misma diligencia de siempre. Meses de estudio disciplinado. Llegó al examen sintiéndose no arrogante, sino preparado. Su mente estaba clara, el camino ante él, iluminado por el conocimiento que había construido, ladrillo a ladrillo.
Sidnei, acostumbrado a los atajos, intentó su truco final. Consiguió un pinganillo, un plan arriesgado para recibir las respuestas. Entró en la sala de examen no con el conocimiento en la mente, sino con el miedo en el corazón. Andaba en la oscuridad, dependiendo de una tecnología frágil y de cómplices invisibles.
A mitad del examen, el sistema de detección de fraudes se activó. Los supervisores se acercaron silenciosamente a la mesa de Sidnei. El pánico le heló las venas. No supo cómo, ni por qué. Tropezó en la oscuridad que él mismo había creado. La humillación de ser sacado de la sala bajo las miradas de todos fue la culminación de un viaje de cinco años construido sobre el fraude. Ni siquiera sabía con qué había tropezado, pues en la oscuridad, el obstáculo es siempre invisible hasta la caída.
Meses después, Cleber, ya con su licencia de abogado en mano, comenzó a trabajar en un pequeño pero respetado despacho. Su camino apenas comenzaba, pero la luz de la aurora ahora era fuerte, clara, y el día ante él prometía ser perfecto en su rectitud.
Un día, recibió un mensaje de un número desconocido. Era Sidnei.
“Felicidades, tío. Me he enterado. Te lo merecías”. El mensaje continuaba: “No sé dónde me equivoqué. Parecía todo tan fácil”.
Cleber miró por la ventana de su pequeña oficina. El sol de la mañana bañaba la ciudad. Escribió la respuesta, no con orgullo, sino con una profunda compasión:
“El error, Sidnei, no fue en un solo paso. Fue en el camino que elegimos. El tuyo prometía un atajo en la oscuridad, el mío, una larga caminata hacia la luz”.
(Hecho con IA)
Este cuento es parte de mi libro Sabiduría Diaria


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