Una iglesia se instaló en mi vecindad,
Pensé que no iba a cambiar nada, era una más.
El tiempo fue pasando y la iglesia aumentando,
La gente de mi área estaba participando.
De vez en cuando, me llamaban para ir,
Pero siempre buscaba una manera de huir.
Decía que no tenía tiempo para rezar,
Que tenía cosas mejores que arreglar.
La iglesita seguía creciendo más,
Y yo pensaba: ‹‹¡Por mí, ¡qué más da!
A causa de ella, mi vida no va a cambiar,
No hay nada de que me deba preocupar.››
Mis colegas empezaron a ir,
Y siempre que podían, venían a invitarme a mí.
Como siempre, yo seguía huyendo,
Estaba siguiendo mi propio camino.
Con el tiempo, la gente dejó de matar,
Ya casi no había nadie para traficar.
No entendía por qué pasaba aquello,
Solo sé que el suburbio se quedó más tranquilo.
Entonces empecé a pensar:
‹‹¿Qué hay de diferente que hace todo cambiar?››
Finalmente, pude entender lo que pasó,
Todo era resultado de aquella iglesia de Dios.
Al fin y al cabo, la favela evangélica estaba creciendo,
La vida de mucha gente estaba mejorando.
Por primera vez, admití que estaba equivocado,
Y que era Dios el responsable del resultado.
Un día decidí aceptar la invitación de un amigo,
Fue a la iglesia para conocer a Jesucristo.
Ese día, me gustó todo lo que oí,
Aquel camino prometí que iba a seguir.
Siguiendo a Jesús, mi vida cambió,
Entregué mi camino al Señor.
Aquello que odiaba, pasé a querer,
A quien no conocía, pasé a amar, a prender.
Estaba perdido y Jesús me vino a salvar,
A su lado para siempre voy a estar.
Este poema es parte del libro Poesía Cristiana volumen VII.
Vea el libro:
No hay comentarios:
Publicar un comentario