Un niño es llevado por sus padres a todos los sitios,
pues él no sabe adónde ir. Además, el camino puede ser peligroso. Él puede
seguir un camino equivocado, o alguna mala compañía se puede acercar.
Ellos garantizan su protección, lo guiando por la mano,
indicando por dónde y cómo él debe seguir, alejando todo aquello que lo pueda
dañar o herir. Los padres hacen su mejor esfuerzo para garantizar que el niño
esté bien.
Y el niño, aunque no sepa para dónde va, confía en sus
padres. Aunque no conozca todos los detalles de la jornada, él sabe que sus
padres nunca lo llevarían a algo malo. Y aun cuando el niño piensa que ha sido llevado
a un sitio desagradable, después se da cuenta de que todo tiene sentido, todo
tuvo una buena razón.
Cuando somos niños tenemos más fe y confianza de que
cuando nos convertimos en adultos. No creemos en el camino que Dios nos está
llevando. Pensamos que Él no cuida de nosotros o que nos ha abandonado.
Pero la verdad es que como un Gran Padre Amoroso, el
Señor ve todo el camino y el destino final. Él nos lleva por caminos que nos
hará crecer, desarrollar, fortificar y convertirnos en todo lo que Él soñó.
Salmo 25:4-5
Señor, hazme conocer tus caminos; muéstrame tus sendas.
Encamíname en tu verdad, ¡enséñame! Tú eres mi Dios y Salvador;
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