El Señor sacó su pueblo de Egipto,
Conduciéndolos en el desierto por un buen camino.
Durante el día, una columna de nube los guiaba,
En la noche, era una columna de fuego que alumbraba.
Los egipcios intentaron seguir el pueblo,
Hubo en aquella tierra un gran alboroto.
El Señor prometió que su pueblo estaría a salvo.
Ellos hicieron todo como Dios había hablado,
Acamparon en el lugar que fue señalado,
Esperando el momento que Dios iba a ser glorificado.
Frente al mar, Moisés clamó al Señor,
Un gran viento oriental, Dios ordenó.
El mar se abrió y pasaron a la tierra seca.
Los egipcios también intentaron pasar,
Pero el Señor hizo su ejército retrasar,
En los israelitas, ellos no pudieron llegar.
A través del mar abierto, el pueblo cruzó,
Y a los egipcios, toda aquella agua sumergió.
En aquel día, supieron que Dios es el Señor.
De la mano de todos los egipcios, Dios los libró,
Sobre los impíos, su nombre glorificó.
En el desierto, los israelitas fueron a caminar,
Mismo viendo las señales de Dios, empezaran a quejarse.
Todos se quejaban que no tenían alimento,
Moisés clamó al Señor, y el alimento, Él envió.
Todo el pueblo quedó satisfecho.
En una pelea, el pueblo se involucró,
Moisés fue al monte a orar a Dios,
Su pueblo, el Señor hizo ganar.
Bastaba la mano de Moisés se elevar,
Aarón y Jur, estaban con él para ayudar,
Y la primera pelea, ellos pudieron ganar.
Dios era el brazo fuerte de Israel,
Cuidaba de su pueblo noche y día,
No había nada que debían temer,
Pues de todo, el Señor les iba a proteger.
Este poema es parte del libro Poesía Cristiana volumen II.